Por María Jose Solano Franco
Periodista, escritor y académico, Jorge Fernández Díaz es el flamante Premio Nadal 2025. De él ha dicho Arturo Pérez-Reverte que “es el narrador que, junto con Soriano, mejor cuenta el alma, la belleza, la tragedia de ser argentino”. Con este escritor hablamos de su larga carrera como periodista y director de los grandes diarios de Argentina, de su amor por la literatura y el cine y de su flamante novela premiada con el Nadal: El secreto de Marcial (Destino, 2025).
Pregunta.- Mitad periodista, mitad novelista… Podríamos decir que la suya es una vida entera dedicada a la escritura.
Respuesta.- Yo empecé a ser escritor en mi cabeza a los trece años, cuando veía las películas clásicas de Hollywood. El secreto de Marcial tiene mucho que ver con eso. El padre del protagonista, como el mío propio, era incapaz de comunicarse con su hijo. Durante años, el único lenguaje que compartieron fue el del cine clásico de Hollywood; un vínculo sutil construido con silencios elocuentes frente a la pantalla del televisor. Sobre esos silencios, y también con la reflexión de los miedos y los afectos que, aunque nunca se dijeron en voz alta, siempre estuvieron allí, he construido esta novela.
Pregunta.- Escribir sobre el padre es casi un género literario.
Respuesta.- Es un clásico, efectivamente. Pero es que las figuras de nuestros padres nos determinan de modo casi absoluto. Por acción u omisión. En mi caso, se podría decir que lo estuve rumiando toda la vida, porque mi padre siempre fue para mí un enigma, un personaje desafiante y secundario al mismo tiempo. Mi madre era una matriarca que lo ocupaba todo y mi padre se fue resignando poco a poco a los márgenes, a vivir fuera de la familia. Cuando mi padre murió, su enigma aumentó para mí, pues apareció mucha gente en el cementerio que nosotros no conocíamos. Hombres y mujeres que no habíamos visto en nuestras vidas llorando, tan apenados como nosotros o incluso más. Después de eso ocurrieron muchos episodios que reforzaron en mí la idea de que mi padre llevaba una vida paralela que desconocíamos. El novelista pujaba con el hijo en la lucha por saber más de esa historia. Ganó finalmente el novelista.
Pregunta.- ¿Cuánto tardó ese “novelista” que hay en usted en decidir contar esta historia?
Respuesta.- Desde hace 10 años intento escribir sobre mi padre sin saber cómo hacerlo. Tal vez por esa incapacidad, inconscientemente, me aproximé de manera literaria a mi madre.
Pregunta.- ¿Cómo fue esa aproximación?
Respuesta.- Durante 150 horas, entrevisté a mi madre, y ambos reímos y lloramos juntos. De aquello nació un fajo de papeles que, para mi sorpresa, resultó ser una historia homérica. El manuscrito resultante fue pasando de mano en mano por todos los miembros de la familia, como un talismán, y habría tal vez terminado así de no haber sido por Gloria Rodrigué, legendaria editora de Sudamericana, que un buen día lo pidió para llevarlo a su casa de Uruguay, donde las chicas que la ayudaban en las tareas del hogar, emigrantes españolas igual que Carmina, mi madre, querían leerlo. Durante aquel vuelo Gloria lo leyó y decidió publicarlo. Me convenció diciendo que lo que acababa de leer no era la memoria de la asturiana Carmen, sino la historia de la Argentina. Se publicó, efectivamente bajo el título de Mamá y fue todo un superventas.
Pero el caso de la historia de Marcial era diferente, pues mi padre había muerto y sus amigos también. Casi todos se llevaron a la tumba sus secretos. Hace unos pocos años me di cuenta de que debía contar esta historia como novela y que debía tener como trasfondo el cine; como si fuera una especie de película literaria.
Pregunta.- La emigración española en Argentina es un telón de fondo importante también en esta novela.
Respuesta.- Es que los argentinos venimos de los barcos (risas). Sí, es así. Un porcentaje enorme de la población creó una España en este fin del mundo que era para ellos La Argentina. Una España con sus rituales, con sus melancolías, con su cultura. Una España que creó una cultura de progreso incesante, de mezcla con Argentina, adoptando algunas de sus costumbres hasta convertirse en otra cosa.
Pregunta.- También de fondo y en la forma de esta novela están las películas de Hollywood, que además juegan un papel crucial en la relación entre padre e hijo.
Respuesta.- Esas películas nunca las he olvidado. De hecho, casi todas ellas, aunque yo entonces no podía saberlo, eran clásicos de la historia del cine. Me propuse recordar una por una las películas que veía en casa con mis padres. Fueron más de 200. Para escribir el libro, las volví a ver y las estudié a fondo.
Yo era un chico del barrio de Palermo humilde de los años 60; un explorador del sótano del 2323 de la calle Ravignani; un niño tímido que aprendió judo para defenderse de los compañeros en los recreos del León XIII. De ese padre misterioso luego supe que heredé una útil certeza de la vulnerabilidad, que me hizo prepararme desde chico para recibir con resignación todas las balas, como nuestros héroes del Western. De mi madre, la constancia de la lucha sin retaguardia. En aquel mundo solo había dos lugares donde acogerse a esa España que mis padres habían dejado atrás: el Centro Asturiano de Buenos Aires y un pequeño televisor en blanco y negro que teníamos en casa. Cada sábado veíamos cinco o seis películas seguidas. Esa fue nuestra ventana al mundo. Mis padres, que habían visto poco de él, se enteraron de cómo era gracias a esas películas. Esas viejas cintas de Hollywood de los años 40 y 50 mostraban un mundo de mujeres con vestidos elegantes, hombres en esmoquin, pitilleras de oro, épica, amistad, traición y secretos. Un mundo al que no podíamos acceder de manera real. Cada generación tiene sus referentes y estos conforman una educación sentimental que construye una conciencia. El cine, además de los libros, fue el mío.
Pregunta.- De esas doscientas películas, hay algunas que le marcaron más que otras, imagino.
Respuesta.- Por supuesto. Y le hago ese préstamo al protagonista de mi novela. De hecho, en uno de los capítulos el protagonista se plantea una paradoja que arranca de esa película: una mujer mala acaba haciendo cosas buenas y una mujer buena acaba haciendo cosas malas; entonces, ¿se puede ser buena persona y ser infiel? Esa realidad vino a modificar, como otras tantas la estructura de mi mirada y mi pensamiento.
Pregunta.- ¿Qué edad tenía usted?
Respuesta.- Tendría unos diez años. Recuerdo que me dejaron ver Breve encuentro y en el colegio me regañaron. Es una película en la que dos personas buenas se enamoran, dos personas buenas que, a su vez, están casadas con otras dos personas buenas. Estos dos protagonistas viven un romance, un drama tremendo de amor imposible y se separan. Entonces, a esa edad, me planteé: ¿se puede ser buena persona e infiel al mismo tiempo? Fue un impacto fulminante. También la idea de que podían ocurrir cosas tremendamente importantes fuera del campo familiar y que nosotros nunca nos enteráramos. Hoy puede entenderse como algo casi tierno, pero para aquel niño, ese descubrimiento fue algo perturbador.
Pregunta.- ¿Es Marcial su padre?
Respuesta.- Yo traté de tomar notas durante mucho tiempo sobre mi padre, pero para hacer una novela tenía que convertir a mi padre en un personaje literario. Este libro no podía ser como Mamá, pues ni yo era el mismo escritor de entonces, ni el personaje tenía nada que ver con la biografía de mi madre. Para construir este libro, por tanto, no podía recurrir a las armas del periodismo. Por lo tanto, algunos huecos narrativos que nunca pude probar o comprobar tenían que convertirse en literatura. El truco para mí, la carpintería literaria que manejé fue la de tratar de unir la ficción y la realidad de manera sutil para que el lector no percibiese dónde terminaba una y comenzaba la otra.
Pregunta.- La figura paterna en la novela se alza casi como un padre universal. ¿Cree que aún arrastramos ese legado?
Respuesta.- Creo que sí. En parte diríamos hoy que son las viejas masculinidades de ese momento, heredadas cuando no enlazadas o encadenadas a las generaciones pasadas, de padres incapaces de comunicarse emocionalmente con sus hijos. Ese tipo de comunicación directa y emocional que, para mí, ahora, por ejemplo, me resulta muy fácil con mis propios hijos, a mi padre y a los padres de esa generación silenciosa, les resultaba imposible. Sin embargo, mira, recuerdo algo emocionante: cuando yo tenía 19 años, casi no nos hablábamos. Yo me iba a apuntar como voluntario en la guerra de las Malvinas y él me llamó al café donde yo era camarero para preguntarme si me acordaba de la película Los mejores años de nuestra vida. La historia trata sobre tres soldados que volvían de la guerra y uno de ellos había perdido los brazos. Y claro yo me quedé muy sorprendido, no entendí. Hasta que terminé entendiendo. Desde luego no me alisté, tal vez por una mezcla de otras muchas razones. Pero mi padre lo que me estaba intentando decir con la referencia a esa película era que no fuera a la guerra, que temía por mí. Él usaba el cine para señalármelo. Cuando revisé para esta novela todas esas cosas, encontré varios episodios similares.
Pregunta.- Marcial y su misterio. ¿Es posible conocer completamente a nuestros padres, o siempre quedará un lado oculto?
Respuesta.- Mira, cuando somos padres creemos que no conocemos a nuestros hijos al hacerse mayores, pero hay un misterio aún mayor: el que los hijos jamás sabrán la vida completa de sus padres; cuando no eran sus padres; solo hombres y mujeres. “Quién es el padre” es una pregunta vieja como el mundo, pero igual de inquietante siempre. Ninguno de nosotros sabe del todo quién es su padre. Conocemos ciertos episodios en los que han estado con nosotros, pero no los vemos como hombres deseantes. No sabemos cuáles eran sus sueños ni sus fracasos más privados; más inconfesables. En ese sentido, las madres suelen tener un vínculo más emocional y directo con los hijos, aunque desde luego también pueden guardar grandes secretos. Nos pasamos la vida en un presente sin entendernos, tratando de comprendernos a nosotros mismos. Creemos que nos conocemos, pero la vida nos sorprende. Muchas de las claves de quiénes somos están en lo que fueron nuestros padres. Mi novela, creo, se nutre por tanto no solo de lo “fordiano”, sino también de lo “freudiano”.
Pregunta.- En este sentido, ¿qué opina sobre la noción de que “todo hijo es un reflejo de su padre”?
Respuesta.- Somos la obra de nuestros padres y después, por supuesto, de la experiencia de cada uno. Cuando digo nuestro padre, no solo digo el padre y la madre, sino también los abuelos, toda una tradición familiar que, por más que hayamos creído que cortamos con esa familia, sigue presente en el día a día, en las actitudes que tenemos o en las cosas que pensamos. A veces somos una mezcla de varias personas que han estado en esa familia. De manera que creo que indagar sobre el padre es indagar sobre uno mismo.
Pregunta.- ¿Qué escritores han influido en usted y en esa construcción de la realidad literaria?
Respuesta.- Como escritor desde hace muchos años, siempre digo lo mismo: para mí fue tan importante Borges como John Ford; Hemingway como Billy Wilder; Scott Fitzgerald como William Wyler. Quise que esta novela fuese, salvando todas las distancias, naturalmente, como una película de John Ford, cargada a partes iguales de ternura y dureza. Además, hay algo esencial en la novela, que es también como el cine y como la vida: el tiempo. Yo siempre pienso en el paso del tiempo de manera fordiana. Aunque cuidé mucho no excederme en las citas cinematográficas, que no fuera una novela cinéfila, es una novela que mezcla cine y vida, pero no hace falta haber visto esas películas para comprenderla.
Pregunta.- ¿Cómo fue recibir el Premio Nadal con esta novela?
Respuesta.- Había una esperanza de recibirlo, por supuesto. Lo que me sorprendió, viviendo en Argentina, fue que este premio resultara una bomba mediática. A pesar de ser periodista y estar muy curtido, llevo ya muchas campañas de lanzamiento y muchos libros escritos, sentí un cimbronazo enorme a nivel mediático. He hecho cerca de 80 entrevistas en España; ha sido impresionante. Me ha llamado todo el mundo, desde Serrat hasta Sergio Ramírez. Algunas de estas personas me contaron que también habían vivido algo parecido con sus padres. Así que me parece que eso es lo más bonito que ocurrió con el Nadal.
Pregunta.- ¿Le gustaría que se hiciera una película de la novela?
Respuesta.- Me gustaría. Pero me temo que todavía no he podido ver una de mis obras convertida en película, aunque me han comprado los derechos de muchos libros. Sin embargo, nunca han llegado hasta la pantalla. Yo creo que mis novelas que, efectivamente, son muy cinematográficas (nadie pone lo que no tiene, que diría mi admirado Arturo Pérez-Reverte) atraen a los productores y directores pensando tal vez que esa estructura cinematográfica va a facilitar el cambio de registro de la literatura al cine. Pero no es así; mi literatura se sirve de cine, pero no se deja rodar tan fácilmente.




