Por Karen Verdejowitz

Entrevistamos a JM Nieto en su estudio, sentado en una mesa de luz erizada de flexos y abarrotada de periódicos, papeles, botes de pinceles y tinteros negros.

Parece mentira que de ese desorden salgan los dibujos de línea clara que cada mañana hacen sonreír a los lectores de ABC.

El humorista gráfico vallisoletano, premio Mingote y premio de Defensa Sabino Fernández Campo, nos habla en esta entrevista de su trabajo, de su visión del humor y de su última antología de viñetas “La risa que llevas puesta”, editada por Galland Books.

P: Plumillas, sacapuntas, rotuladores… No parece que se haya resignado usted a la ilustración digital, señor dibujante

R: Es cierto; la mayoría de los dibujantes están pasando a dibujar directamente en IPad y los trazos de lápiz óptico imitan cada vez mejor lo hecho a mano, pero para mí hay algo insatisfactorio en dibujar en una pantalla. Prefiero mantener esa parte artesanal de apoyar la mano en el papel, dejar secar la tinta, borrar el lápiz… No solo son rituales a los que estoy hecho, sino que me permiten amontonar “dibujos originales” reales. Me niego a entregarme a estos tiempos en los que todo es virtual.

P: Pero luego digitaliza los dibujos y los colorea con el ordenador.

R: Ahorra mucho tiempo. Hay que ser romántico pero no idiota.

P: ¿Cómo es el día a día de un humorista gráfico?

R: Se divide en dos partes: una estresante, gris y angustiosa, jalonada por discusiones domésticas, ideas suicidas y consumo compulsivo de sustancias insanas, y otra parte relajada y feliz en la que tienes el mejor trabajo del mundo, escuchas música, la vida es bella, sonríes a tu familia y los pájaros cantan alegremente en tu ventana mientras el sol tiñe de colores cálidos el atardecer. Esas dos partes están delimitadas por el momento exacto en que se te ocurre la viñeta del día siguiente.

 

P: El papel en blanco es el infierno, entonces.

R: Completamente. Convertir una reflexión en algo humorístico cada mañana es vivir bajo la tiranía del ingenio. Es paradójico que al contrario que al resto del mundo, la parte dura del día sea estar leyendo el periódico con un cafetito, mientras que estar en la mesa “trabajando” sea un descanso.

P: Y la chispa, el humor, ¿Cómo se hace? ¿Hay una fórmula secreta para encontrar esa asociación de ideas, ese juego de palabras, ese final inesperado que convierten una viñeta en el editorial más elocuente del periódico?

R: No, no existe esa fórmula, Karen, para mi desgracia. El humor es un fruto misterioso. Mira, yo soy una persona metódica y racional, y me encantaría poder llegar a la viñeta con un proceso mental establecido, como el matemático que resuelve una ecuación o el abogado que recuerda la ley que corresponde a cada caso que se le plantea, pero la realidad es que en el humor, como en cualquier actividad poética, la creación es un fenómeno intuitivo.

P: Pero cada autor tiene sus fórmulas, sus personajes, sus chistes recurrentes…

R: Sí, pero nunca sabes si una viñeta va a tener éxito o si va a pasar desapercibida. He dibujado más de nueve mil chistes y no sé si el de mañana va a hacer gracia.

P: No se torture, hombre. Una viñeta no tiene siempre que ser hilarante. Dice Andrés Rábago, “El Roto”, por ejemplo, que una viñeta es ante todo un vehículo para transmitir reflexiones.

R: Eso es porque valora mucho sus reflexiones. Yo creo que lo mejor que puede hacer una viñeta es despertar una carcajada. Hace poco hablé con Oroz de esto y coincidía conmigo: no cambiamos la risa del lector por nada.

P: Me sorprende que haya hablado del humor como actividad poética, cuando lo específico de la viñeta es que es un dibujo. ¿Es arte una viñeta?

R: Se arriesga usted a que le suelte un tostón larguísimo sobre este tema, Karen.

P: Me arriesgaré

R: Suelo decir que el chiste es un texto poético de una sola figura. Es verdad que integra imágenes y texto, e incluso que a veces prescinde del texto, pero en esencia es una columna de opinión dibujada. Los valores estéticos se superponen como un valor añadido, pero no suele ser  esencial. Hay grandes humoristas gráficos que dibujan muy mal, pero ningún humorista gráfico destacado carece de capacidad literaria.

 

P: Mordillo, Mingote o Quino dibujaban muy bien.

R: No me entienda mal; es mejor ser un humorista gráfico que dibuje muy bien. Representar expresiones faciales o corporales, caricaturizar personas de forma efectiva, ambientar escenas complejas o conocer los resortes del dibujo del cómic es siempre una ventaja. Si encima tienes un estilo gráfico que gratifique estéticamente al lector, como tenía Chumi Chúmez o como tiene El Roto, miel sobre hojuelas.

P: Entonces, si el dibujante sabe gratificar estéticamente al lector, no hay nada esencial que separe una viñeta primorosamente dibujada de un cuadro de Augusto de Ferrer-Dalmau.

R: Mmmm. (Se piensa la respuesta) En realidad sí. Mire, no solo hago las viñetas para el periódico; también dibujo diariamente ilustraciones para las “Terceras” de ABC, cuya intención es más artística, y a menudo pienso que esta labor del ilustrador de prensa de crear imágenes a las que el lector va a dedicar entre dos y cinco segundos de atención -siete u ocho si es un chiste-, no tiene nada que ver con la imagen de un cuadro hecho para ser contemplado durante horas, día tras día, durante a lo mejor toda una vida.

 

P: No exagere; los cuadros también se ven de un vistazo, en una exposición.

R: O en un catálogo, sí, pero no están concebidos para la mirada fugaz. Piense en las láminas enmarcadas que había en casa de nuestras abuelas, generalmente con reproducciones de iconografía religiosa. Una “huida a Egipto” era una paisaje pintado para ser contemplado durante una vida entera en un dormitorio. Esa riqueza de detalles, esas perspectivas infinitas, ese juego de miradas, ese mimo en los pliegues de la ropa, se prestan a la contemplación. Una ilustración de prensa se ve y se olvida.

P: Es la paradoja de esta sociedad audiovisual. Todo es icónico, pero las imágenes no persisten.

R: ¡Exacto! Mire, el gran valor de la pintura de Augusto Ferrer-Dalmau es que recupera en el siglo XXI esa densidad que tenía la iconografía de la pintura occidental, de tradición religiosa y mitológica hoy desaparecidas. Para la contemplación nos queda la pintura histórica. Podría contemplar una carga de caballería de Augusto durante toda mi vida.

P: Esa caducidad de las imágenes en el mundo actual de la que usted habla me parece un fenómeno revelador de la sociedad en la que vivimos. ¿Cree que Internet y las redes sociales han acelerado esa vorágine?

R: Sin duda. Y nos afecta a todos, realmente. Las redes sociales nos hacen impacientes, nos quitan capacidad de concentración, de fijar la atención. Por eso también me resisto a abandonar la prensa de papel. Leer en papel sosiega mientras que la pantalla excita. ¡Viva el papel!

Esta carencia de sosiego, además, sospecho que es lo que nos empuja a no ser tolerantes. ¿Qué es un fanático, sino un impaciente? ¿Qué son los “ofendiditos” que encajonan el debate publico, sino personas que reaccionan impulsivamente?

P: Por aquí llegamos al estrechamiento de la libertad de expresión de nuestros días.

R: Eso es. La sensibilidad de los tiempos cambia, el humor cambia, es cierto, pero no hay duda de que la capacidad de reírnos de nosotros mismos que teníamos en los años ochenta o noventa está desapareciendo. Hoy hay muchas viñetas que publiqué de joven que ni me plantearía mandar al periódico. No por miedo a la censura, ojo, sino por miedo a la reacción de la jauría de las redes sociales, esa que yo llamo “la cofradía del morro torcido”.

P: Pero las redes sociales también tienen su parte positiva. Le permitirán ver qué efecto tienen sus viñetas, o qué temas interesan más o menos ¿no?

R: Sí, eso es una ventaja. También hay otro riesgo en las redes, y es el de verse arrastrado al activismo por los “entusiastas” que celebran cierto tipo de viñetas que les refuerzan en sus postulados. Todos somos sensibles a la adulación, créame, y es fácil caer en la trampa del halago y meterse en trincheras sin querer. Eso va en contra del humor, cuyo lugar es la duda.

P: No hemos hablado aún de su libro.

R: “La risa que llevas puesta”, mi última antología de viñetas, sí. El libro ha tenido una salida accidentada, porque su presentación estaba prevista en marzo del año pasado. Entonces pasó algo imprevisto ¿sabe usted? Una pandemia mundial que paralizó todo. Quién me iba a decir que lo que llevaríamos puesto en la cara desde entonces no es una risa, sino una mascarilla.

 

P: Pero la risa está por debajo de la mascarilla.

R: Es verdad. La risa persiste. La risa ayuda a hacer frente al miedo y al sufrimiento. Es más necesaria que nunca, diría yo.

P: Sonríe usted al decirlo.

R: Claro, pero eso es porque ya tengo dibujada la viñeta de mañana.

“Convertir una reflexión en algo humorístico cada mañana es vivir bajo la tiranía del ingenio”

José María Nieto

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