Marina G. Torrús
La última novela de Christian Gálvez –Hannah– habla de sacrificio, de héroes, de lucha por la supervivencia, de solidaridad en tiempos difíciles. Hablamos con él a mediados de febrero, cuando aún se desconocía el alcance del Covid-19.
Ahora, en plena pandemia, tiene todo el sentido del mundo tomar en nuestras manos una historia que demuestra que la colaboración humana y el sentido común pueden ganar las peores guerras. Pero ¿quién es Christian Gálvez? Su DNI indica que nació en Madrid en 1980. No es cierto. Nació en Florencia, en el Renacimiento.
Por eso su conexión con Leonardo da Vinci y, como él, toca varias disciplinas: es presentador de televisión, investigador, divulgador, conferenciante y comparte con él la pasión por el arte, la ciencia, la curiosidad por la vida.
Hay un aspecto en el que no le gana el genio: la constancia. No lo comenten, pero parece ser que Leonardo dejaba algunos trabajos sin terminar. Gálvez no. Ha estado 12 años presentando el concurso “Pasapalabra” en Telecinco, siendo líder de audiencia.
Ahora soplan otros vientos y despliega velas como empresario en «Fénix Media Audiovisual», una nueva productora de televisión. Después de «Matar a Leonardo da Vinci», «Rezar por Miguel Ángel», analizar los rostros del genio de Vinci o dejar a la Gioconda descodificada, ha cogido el arco que guarda celosamente en su garaje para lanzar una flecha en mitad de la Segunda Guerra Mundial con «Hannah». Vamos con ella.
“Una figura como Leonard o señala las carencias de los demás, y hay gente que, al ver señalada su carencia, vuelca su ira o fr ustración en esa persona”
Pregunta.- Es un hecho histórico que, en 1944, el cónsul alemán en Florencia, Gerhard Wolf, desafió las órdenes de sus superiores y se negó a volar el Ponte Vecchio salvando así la vida de cientos de judíos. Cuéntame quién es Hannah y qué papel juega en todo esto.
Respuesta.- Hannah es un puente entre dos épocas; es un personaje, pero también es un palíndromo que nos permite unir la Florencia de 1944 y la del 2019. La Hannah de hoy ejemplifica toda esa juventud que necesita una motivación para buscar algo, y la Hannah «niña» del pasado es la personificación de todos los judíos que perdieron la vida en la Florencia de 1944. A través de la Hannah actual hacemos una búsqueda personal –que podría ser la de cualquiera– intentando saber sus raíces. Por eso desde el primer momento planteo el tema de si podemos heredar recuerdos traumáticos.
Pregunta.- ¿Y tú crees que se pueden heredar los recuerdos traumáticos?
Respuesta.- Por todo lo que he leído desde el punto de vista psicológico y científico, me decanto por pensar que sí. Y además sería una manera, bajo ese punto de vista, el científico, de explicar la reencarnación arrancándole la pátina teológica. Me parece que, por lo menos, la búsqueda es pertinente. Si heredamos pigmentos o morfología, ¿por qué no podemos heredar otro tipo de cosas? Podría justificar algunos deja vu. Esa es la premisa de la que parte Hannah: intentar delinear el pasado de su abuela: la última niña superviviente bajo el amparo del cónsul de Florencia, Gerhard Wolf.
Pregunta.- ¿Cómo descubres la historia de Wolf?
Respuesta.- Paseando por Florencia; no sé si fue casualidad o causalidad, pero el caso es que me dio por mirar placas. Hay una costumbre muy bonita para los turistas que reza «persigue los versos de Dante a través de la ciudad». Tú vas mirando por las calles y ves pequeños trocitos de la Divina Comedia. Y buscando en el Ponte Vecchio encontré una placa, bastante grande, por cierto, de un tal Gerhard Wolf, a la que nadie prestaba atención. Leí algo así como «ciudadano honorífico por haber salvado la vida de cientos de judíos, por haber evitado el expolio nazi y por haber salvado el Ponte Vecchio.» Y me dije, ¡pero qué historia más brutal! Es un Schindler o un Ángel Sanz-Briz… Y fíjate que también me enamoró que no hubiera demasiada información sobre el personaje real. Uno se sumerge en internet y apenas encuentra cuatro líneas en alemán o en inglés…
Pregunta.- ¿Por qué no se había contado la historia de Wolf antes?
Respuesta.- Creo que son dos los motivos: primero, porque Wolf era nazi, y los alemanes con el nazismo… (hace un gesto con la mano de echar llave a su boca) silencio absoluto. Y segundo, los italianos tampoco querían contarlo porque el protagonista era alemán, (sonríe) y duele un poquito por esa herida narcisista de «no fue un italiano el que salvó el Ponte Vecchio».
Pregunta.- Vale, no abunda la información, ¿y entonces…?
Respuesta.- Busco en las librerías Alfani y, sobre todo, la Giorni, en Florencia; librería que ya estaba abierta en 1944. Ahí los libros escondían correspondencia comunista en contra de los fascistas, y de repente encuentro un libro del año 43 con todos los documentos y telegramas que se mandaban desde Italia a Berlín sobre lo que sucedía en la ocupación nazi. Porque, ¡cuidado!, Italia es el único país que pasa de ser aliado a enemigo, y hacen reportes de quiénes les apoyan. «Nos apoya tal, nos apoya cuál, nos apoya esta familia…» Y en un telegrama se dice lo siguiente: «En el caso del cónsul alemán Gerhard Wolf, tenemos que puntualizar ciertas cosas. Es un tipo muy amable, muy generoso, colabora con todo, pero (alarga la e con intención) está empezando a pedir poderes e información política y militar que no le compete. Deberíamos dejarle claro qué parte le corresponde a él y qué a la milicia. Hasta ahora no nos ha causado ningún problema, pero mantengamos el ojo en él». Y es brutal. El tío estaba siendo vigilado y aún así no cejó en su empeño.
Pregunta.- Un valiente…
Respuesta.- Sí, pero el héroe no puede estar solo. La Odisea o la Ilíada requieren compañeros de viaje. Por eso en Florencia hubo grandes personajes como el rabino Nathan Cassuto, que al final fue deportado a Auswitchz donde perdió la vida; el cardenal Elia dalla Costa, que participaba desde la catedral de Santa María del Fiore para ayudar a los judíos; Gino Bartalli –el ciclista del fascismo de Mussolini– que solo cuando murió, su hijo contó que escondía pasaportes falsificados en los tubos de su bicicleta… Porque (con intriga) ¿el Guardián del Ponte Vecchio fue solo Gerhard Wolf? ¿Cuántos guardianes tuvo el Ponte Vecchio? Igual nos llevamos alguna sorpresa…
“Los presentadores no tenemos programas, no son de nuestra propiedad”
Pregunta.- ¿Qué se habría perdido si los alemanes hubieran destruido el Ponte Vecchio?
Respuesta.- Desde el punto de vista histórico-bélico, los aliados habrían tardado bastante más en acceder al casco histórico florentino y, claro está, también se hubiese perdido gran parte de la historia. Pero ¡ojo!, tenemos un concepto muy erróneo, el gran puente de Florencia era el Ponte Santa Trinità, como lo defiende Bernard Berenson y una serie de historiadores que vivieron esa época; y ese sí fue demolido. Ahora bien, ¿por qué los florentinos, cuando tienen la oportunidad de salvar un puente, salvan el Ponte Vecchio? ¿Solo por amor al arte? Esta es otra de las cosas que pretendo contar en la novela.
Pregunta.- ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de esta historia?
Respuesta.- Yo siempre utilizo un proceso matemático, trabajo con una escaleta. Antes de acabar «Matar a Leonardo» o «Rezar por Miguel Ángel» sabía exactamente qué iba a pasar en cada capítulo. La grandeza de esta novela es que yo sabía qué iba a ocurrir al principio y, obviamente, al final –porque hay hechos y personas reales– pero no el cómo, porque la novela estaba viva. El proceso de investigación que tiene que hacer Hannah en 2019 es el que he tenido que hacer yo. En ella están todas mis pesquisas, incluido el punch final que me lleva a escribir esta historia. Y es que entro en Ebay, tecleo «Gerhard Wolf» y encuentro un libro de Bernard Berenson –historiador de arte afincado en Florencia, judío, que tuvo que estar escondido– sobre la estética del arte, publicado en el 48. No te diré el precio, pero sí que en las fotos que me mandaba el propietario, de repente descubro que el autor se lo dedica a Gerhard Wolf y le da las gracias porque fue una de las personas a las que salvó. Y lo mas bonito de todo es que esa dedicatoria de 1948 la realiza después de la ocupación aliada de Florencia, es decir, una vez que mi protagonista vuelve a la ciudad del Arno como ciudadano honorífico, y este tipo le regala su libro diciéndole «gracias». Así que tengo en casa un libro que perteneció al protagonista real de mi novela. Es emocionante.
Pregunta.- Cuentas la historia en dos planos temporales, presente y pasado. ¿Las atrocidades de las guerras deben traerse a la actualidad como aviso?
Respuesta.- Por eso estudiamos Historia. Lo hacemos por placer, y para aprender de las acciones y para no tropezar en las mismas piedras. Las consecuencias de esa Segunda Guerra Mundial que intento señalar en la novela nos sirven –y además lo pongo en la contraportada– de advertencia en un presente en el que hay mucha incertidumbre a nivel político en cuanto a los extremos radicales. El claim de la exposición de Auschwitz que tuve ocasión de ver en Nueva York hace unos meses es maravilloso: «No hace tanto, no tan lejos». Es que ya con eso te están contando todo.
Pregunta.- Es imposible hablar contigo y no hacer referencia a Leonardo da Vinci. Dos novelas, dos ensayos, eres miembro del Leonardo DNA Project, comisario de una exposición sobre los rostros del genio… más de diez años intentando reconstruir su obra, su carácter, su apariencia e incluso sus patologías… Si pudieras traerlo al presente, ¿encajaría en nuestra sociedad?
Respuesta.- Seria un incomprendido. Ya lo fue en su época y creo que seguiría cometiendo los mismos errores hoy. No considero que ahora mismo vivamos en una sociedad que valore la polimatía, la multidisciplina. Somos de poner etiquetas, hastags –si quieres modernizarlo–; te dicen «tú eres esto y tú eres así». Y una figura como Leonardo señala las carencias de los demás, y hay gente que, al ver señalada su carencia, vuelca su ira o frustración en quien lo señala. Creo que haríamos eso con Leonardo.
Pregunta.- La trilogía está al caer… ¿Falta poco para Rafael?
Respuesta.- ¡Falta! (dice riendo) no sé si mucho o poco, pero falta. ¿Sabes qué pasa? Que hay un componente muy romántico con él. La historia de Rafael pretendía ensalzar la figura de la mujer en el Renacimiento. Esa forma de tratar a la mujer y su historia de amor con Margarita Lutti, la Fornarina, le convirtieron en el Rafael que hoy en día conocemos. ¿Qué sucede? Que por un lado ya he tratado a las mujeres del Renacimiento en un ensayo y, por otro, parte de ese trabajo se basaba en el cable que me echaba en Italia Paloma Gómez Borrero. Y lo ultimo que me dijo Paloma antes de morir fue “he encontrado la casa donde Rafael y la Fornarina pasaron sus últimos días juntos”, pero nunca me la enseñó porque se nos fue. Siento eterna gratitud con Paloma, así que no sé cuando será el momento de retomar esa historia. Para mi siempre será una historia inconclusa.
Pregunta.- Vas a cumplir 40 años y llevas desde los 15 en televisión. Debutaste en «Médico de familia». después vinieron «La casa de los líos», «Al salir de clase», «Desesperado club social», «Caiga quien caiga», y por supuesto, «Pasapalabra». ¿Qué te ha dado este concurso además de tu mujer, Almudena Cid?
Respuesta.- Pasapalabra me ha dado lo mismo que Leonardo: premios y cicatrices. Parte de los mejores y los peores momentos de mi vida los he pasado ahí. Cuando me refiero a los peores hablo desde una operación de columna vertebral hasta una cancelación de un programa. Durante esos 12 años de emisión, el director del programa –Rafa Guardiola, uno de mis mejores amigos– no me ha permitido nunca relajarme ni poner el piloto automático. Eso es aprender. Y también he aprendido a despegarme de las cosas, a darme cuenta de que los presentadores no tenemos programas, no son de nuestra propiedad. Porque la realidad te apunta y te dice: esto no es tuyo, es un préstamo que se te concedió y ahora tienes que volar.
Pregunta.- ¿En qué ha cambiado Christian Gálvez?
Respuesta.- En esencia sigo siendo el mismo, pero he aprendido a escucharme, a sobrellevar los fracasos, las críticas, las competencias, los titulares injustos patrocinados por otros… Ahora puedo decir que estoy contento conmigo mismo. También soy un Chris más prudente. Antes pretendía mostrarme como ese superhéroe al que le rebotaban todas las balas, y de ahí he aprendido a decir «pues he estado mal, cancelaron Pasapalabra y he estado muy mal». Y cuando cuatro me criticaron por curar una exposición sobre Leonardo, pues también estuve mal. Y es muy liberador poder decirlo. Ahora ya he aprendido, ahora ya no duele.
Pregunta.- ¿Quieres adelantarnos algo de tus planes de futuro?
Respuesta.- No te puedo contar mucho. Solo te puedo decir que, a día de hoy, entrando en el 2020, me define una gran palabra: ilusión. Y eso es brutal.
“He aprendido a sobrellevar los fracasos y las críticas, y he aprendido a escucharme”